Diario de un pequeño-gran viaje


La luz de Sanlúcar

Me enamoró desde el momento en que llegué. Yo misma pude comprobar el  motivo por el que nuestro anfitrión, Miguel Furlock, la había ensalzado en sus escritos tantas veces… Era una luz única, suave y tamizada, que parecía desparramarse dulcemente, como una fina llovizna, en medio del calor y la humedad que caían a plomo sobre las calles medio desiertas, sobre las playas adormecidas…

Bueeeno, lo sé, lo sé… ¡¡Ya era hora!! 🙂 Siiiií, hace tiempo que os debía esta entrada, pero no he conseguido las imágenes para ilustrarla hasta fechas muy recientes (y aprovecho para dar las gracias a Wolfman, el más simpático piloto-copiloto del mundo, por haber cuidado tan bien de mi cámara, que no podía haber estado en mejores manos durante este mes y medio que ha transcurrido desde lo que os voy a contar…)

El no haber podido ver las fotografías del viaje a Cádiz hasta hace una semana escasa ha hecho que, al volver a verlas, reviviera de manera muy intensa todos los momentos compartidos durante aquellos días de Julio y, contemplando las imágenes, se me han venido a la mente cantidad de sensaciones, recuerdos y anécdotas como si las hubiera vivido ayer mismo. Y es que cuando tienes la suerte de compartir vivencias tan extraordinarias como las Primeras Jornadas Furlockianas, sabes que no las olvidarás nunca, aunque no hubiera habido fotos de por medio. Sé que much@s de vosotr@s desearíais haber estado allí, y por ese motivo me gustaría tratar de describiros mi experiencia como si la hubierais vivido vosotr@s mism@s.

Buscando una manera de ingeniármelas para haceros partícipes de aquellos días tan maravillosos, pensé que, tal vez, escribiéndolo a modo de diario lograra transmitiros parte de lo que sentí…Hay una frase del humorista José Mota que me hace mucha gracia: dice algo así como «Yo no estaba, pero me acuerdo» 🙂 Es mi deseo que todos aquellos y aquellas que no pudisteis ir a la reunión, pero os hubiera gustado hacerlo, logréis hacer vuestra esa frase…

Jueves 12 de Julio de 2012

Os aseguro que 700 kilómetros en coche y sin aire acondicionado dan mucho de sí a la hora de buscar temas de conversación, sobre todo si tienes la fortuna de viajar con uno de los hombres más autodidactas y cultivados que he conocido hasta la fecha (aunque seguro que él lo negará, movido por su noble modestia). El largo trayecto desde Madrid (de donde salimos antes de amanecer) hasta Sanlúcar de Barrameda estuvo alegremente amenizado por los relatos de nuestras mutuas biografías, anécdotas de la infancia, lecturas que nos marcaron, meditaciones metafisicas y hasta sesiones de psicoterapia aplicada. ¡Os aseguro que no me dio tiempo a aburrirme! La verdad es que el viaje se me pasó volando, gracias a la chispa y la elocuencia de nuestro hombre-lobo particular…

Pablo Wolfman me dejó delante de mi hotel, donde nos alojaríamos casi todo el grupo, a eso de las dos de la tarde. Pero poco después ocurrió la primera anécdota del viaje, pues el pobre me llamó para contarme lastimeramente que el coche… ¡¡le había dejado tirado a la puerta de su hotel!! (no muy lejos del mío). Por lo visto, se había quedado sin batería, y nuestro Wolfi tuvo que pasarse la hora y pico siguiente tratando de solucionar la papeleta en algún taller cercano… ¡Ya es mala suerte! Pero hay que ver el lado bueno: menos mal que no se le ocurrió fallar durante el trayecto y dejarnos tirados a mitad de camino…

El Fariñas me recibió con su frescor de patio andaluz, y sus magníficas vistas me cautivaron desde el primer momento. Como fui la primera en llegar (o eso creía yo), me tomé la libertad de elegir entre los apartamentos reservados por Bertha y, poco después, ya estaba cómodamente instalada en un duplex maravilloso, duchada y dispuesta a explorar los alrededores.

  

¡Aquello era precioso! Me hubiera quedado allí asomada durante horas, pero Miguel nos había dicho que le fuéramos avisando a medida que llegásemos al hotel, así que me fui a comprar una botella de agua y unos melocotones y le llamé. Me sorprendió oir su voz, cantarina y aguda, con un simpático acento andaluz. Me confirmó su dirección. ¡Ay, ay, ay!…Porque yo soy capaz de moverme por la montaña o el bosque sin problemas de orientación y llegar a donde me proponga sin mayores complicaciones… pero, en medio urbano, reconozco que la cosa cambia… ¡y mucho! El caso es que me perdí a los dos minutos de haber salido del hotel, me fui callejeando barrio arriba, en lugar de bajar en la dirección correcta, y tras preguntar a varios paisanos (que parecían tener menos idea que yo de dónde estaba la calle en cuestión), llegué a sus cercanías.

Miguel Furlock me salió al encuentro, con una sonrisa ladeada en su rostro enjuto, vestido de blanco, resplandeciente bajo el sol de las tres de la tarde. Llevaba su melena castaña recogida en una práctica coleta. Me llamó, con una mueca simpática, y mi corazón dio un brinco al tener delante de mí, por fin, al «Maeztro» de la creatividad no simulada.

Debo admitir, sin embargo, y utilizando un término típicamente sanluqueño, que su «jechura» (aspecto físico) me supuso un pequeño shock, porque realmente no tenía nada que ver con la imagen preconcebida del típico y tópico alemán grande, como un armario ropero… ¡Nada que ver! Pero me enterneció, por decirlo de alguna manera, y me hizo sonreir, al recordarme a esos alinimales que tanto ama y protege, pues le vi concentrado y elástico como uno de ellos, misterioso y observador, lleno de energía contenida, atento a cualquier movimiento, a cualquier detalle interesante… ¡En fin! Todo un descubrimiento, el equipamento biológico del señor Furlock, je, je… 🙂

Tras darnos un cordial besabrazo, me indicó que le siguiera, porque se había hecho tan tarde esperándome que habían decidido salir a comer algo. Nos dirigimos a una tabernilla cercana, donde conocí al segundo de la pandilla (bueno, al tercero, después de Wolfman, mi compañero de viaje, que todavía andaba atareado con el problemilla del coche): era Primi, alias Pondicherry-Lirongris, el duende-trasgu asturianín 🙂 … Otro de esos seres especiales que, ya desde el primer golpe de vista, hacen que te sientas hermanad@ con ellos… Me presentaron al tabernero-camarero-tal vez propietario del garito, y nos volcamos en unas cervezas (la mía clara muy clara muy clara) y unos primeros intercambios de impresiones. En el último momento se nos unió Pablo Wolfman (contento porque la avería ya estaba solucionada y no había sido demasiado cara), y Miguel propuso que nos fuéramos a su casa a sobrellevar las horas más calurosas de la sobremesa. El resto del grupo aún se haría de esperar, pues la mayoría dijeron que llegarían a Sanlúcar a última hora de la tarde, y así fue…

Entrar en la casa-refugio de Miguel fue otra de las experiencias inolvidables de ese viaje tan especial. Creo que nunca le agradeceré lo suficiente lo generoso y amable de aquel gesto, al abrirnos las puertas de su sancta-sanctorum y hacernos partícipes de su particular universo. Allí, entre aquellas paredes repletas de hermosísimas obras suyas (agualma fotografiada por doquier), en aquel salón-territorio felino sin apenas mobiliario aparte de una mesa, dos o tres sillas, el ordenador y un sofá puesto en pie sobre uno de sus laterales (la casa-nido de los demás inquilinos de la vivienda), sentí que participaba en una especie de pacífico ritual de inspección, destinado a permitir o no nuestra presencia.

Poco a poco, uno a uno, fueron desfilando ante nosotros casi todos los compañeros felinos de Miguel, empezando por La Abuela Furlocka, con sus increibles 23 años. que contoneó su orondo corpachón contra nuestras piernas, aprobando nuestra cercanía en sus dominios, pasando por el Señor Lloris, la Mami Suave, y otros muchos, cuyos nombre ahora no recuerdo (y espero que disculpen mi mala memoria). ¿Ocho, nueve, diez? Creo que llegué a contar unos doce, aunque Miguel nos dijo que la pandilla ascendía a varias decenas, si contaba los que van y vienen a su bola… Todos ellos, sin duda, y cada uno a su manera, únicos en su especie y afortunados por tener a un humano de su calibre cerca, velando por ellos.

Estuvimos de charla y viendo fotos durante un par de horas, y luego decidimos darnos un paseo por los alrededores, para hacer tiempo hasta la llegada de los demás. Bajamos lentamente hasta la playa, intercambiando impresiones y fotografiando algunos rincones de Sanlúcar. Poco a poco, nos dejamos impregnar por ese «tempo lento» que parece mover a todo bicho viviente por aquellos lares, propiciado por el calor y la pachorra habitual del verano.

La luz de esta imagen me tiene encandilada. La manera como se derrama por la fachada y le arranca esos destellos de vibrante rosa asalmonado es realmente mágica… Aquí os dejo otros rinconcillos que me gustaron en esa primera toma de contacto…

 

 

Tras un agradable paseo y un refrigerio en una terracita de la Plaza del Cabildo, decidimos volver a nuestros respectivos alojamientos, no sin antes quedar para reencontrarnos a la hora de la cena en otro garito céntrico. Primi se demoró un ratillo más con Wolfman y Miguel, y yo regresé al Fariñas, para llevarme la sorpresa de que ya había «aterrizado» allí parte del grupo que faltaba. Iba yo lanzada hacia las escaleras que conducían al piso superior, cuando, de repente, escuché una voz desde el patio interior, a mis espaldas, que decía mi nombre. Me volví y vi a una hermosa mujer madura, de melena blanca y hechiceros ojos verdes, y a un hombre más o menos de su edad.

Me sonreían, y ella repitió: «Sí, eres Rivenlaura, te hemos reconocido por la foto del blog…». ¡Qué emoción me recorrió de la cabeza a los pies! Se trataba de Julia-Julieta-Franchescabali y su marido, Fernando, que acababan de llegar, junto con el poeta Jinquer, y se estaban instalando en uno de los apartamentos del piso de abajo. Nos abrazamos llenos de alegría, y todavía me alegró más un comentario que me hizo Julia, cuando ya me disponía a subir a mi habitación: «¡Cómo me recuerdas a Meryl Streep! La sonrisa, la forma de los ojos, el pelo, la pamela en la cabeza… Te pareces un montón a ella». Viniendo de una admiradora ferviente de dicha actriz, de donde tomó, según me contó más tarde, su «nick» o nombre de batalla en internet, me pareció un hermoso cumplido. «Franchesca» es el nombre de uno de sus personajes favoritos interpretados por Meryl Streep (también mío), la apasionada protagonista de «Los Puentes de Madison». Como comprenderéis, aquella comparación le sentó fenomenal a mi ego, un tanto vapuleado en los últimos tiempos… 🙂

Nos saludamos muy content@s, aunque el pobre Jinquer estaba algo fastidiado de la espalda por culpa de un pinzamiento o algo similar, y apenas podía moverse, pero se nos unió en el patio del hotel y celebró también el encuentro con expresión de doliente serenidad, si es que alguien puede imaginarse cómo es eso. Lo cierto es que él tenía ese gesto, y lo mantuvo durante el resto de las jornadas, aunque el dolor fue remitiendo y el gesto se tornó más sereno y menos doliente, casi sonriente…

Al poco tiempo recibimos la llamada de las viajeras que faltaban, Bertha y Nube (con su pequeño José), que no encontraban la calle del hotel. Julia y yo las orientamos como pudimos y decidimos salir a esperarlas a la calle. Lo malo es que la recepción ya estaba cerrada, así como la puerta de acceso al miniparking individual, habilitado para cargar y descargar un vehículo sin molestar al tráfico, ya que la calle era, al estilo de todas las de Sanlúcar, extremadamente estrecha y de un sólo sentido. Julia y yo, con la ayuda de Fernando y Pondicherry, pensábamos descargar el maletero a toda velocidad para que no tuvieran que detener el coche mucho tiempo, y decirle luego a Nube que buscara aparcamiento en cierta callejuela cercana donde ya había aparcado Primi por la mañana.

Al cabo de un ratito, ya casi anocheciendo, apareció el coche con nuestras amigas. Julia y yo empezamos a aplaudir y a dar saltos de alegría, como crías pequeñas (¿o fuimos Nube y yo, al salir ella un momento del coche?), y si alguien atento (creo que Fernando) no hubiera abierto inmediatamente el maletero para vaciar el equipaje, creo que nos habríamos quedado ahí embobadas, abrazándonos y lloririendo en mitad de la calle, durante una hora. Menos mal que en seguida reaccionamos y empezamos a meter las cosas en el patio del hotel… ¡y anda que no traían cosas, las tías! Ya estaba tocando el claxon algún paisano nervioso tras su coche, cuando Nube volvió a agarrar el volante y se marchó a buscar aparcamiento, dejando a su Joselito, a Bertha y a todas sus pertenencias con nosotr@s.

Fueron momentos de maravilloso y alegre caos, Bertha confirmando su ingreso en la pequeña recepción, Nube organizando sus cosas y todos hablando a la vez, mientras yo entretenía al pequeñín con un barquito de juguete y unos animalitos de goma. Los abrazos y sonrisas se prolongaron durante largo rato, nos parecía mentira estar allí, tocándonos en carne y hueso, hablando l@s un@s con l@s otr@s, pero, al final, conseguimos poner los pies en la tierra y marcharnos a organizar nuestros respectivos apartamentos, no sin antes confirmar que a las diez vendría Miguel a buscarnos para cenar tod@s junt@s.

La cena fue tranquila y agradable, hubo risas y corrió la manzanilla, entre pescados deliciosamente salseados, mariscos variados y crujientes tortillitas de camarón (atención, son tortillitas, y que nunca se os ocurra ir a Sanlúcar y pedir tortitas de camarón si no queréis que os miren como a un bicho raro 🙂 )

Como era la primera noche y tod@s estábamos cansad@s por el viaje y las emociones, decidimos retirarnos a una hora prudencial y quedamos para visitar el mercado y el Palacio de la Duquesa de Medina Sidonia a la mañana siguiente.

Viernes 13 de Julio 2012

Me levanté la primera en el apartamento que compartía con Bertha, Nube y José. Cuando abrí los ojos a la luz tempranera que entraba desde el patio con los toldos descorridos, no sabía dónde estaba. Una golondrina llenaba el aire con sus trinos. Me incorporé y me di cuenta de que estaba en el sofá, en el piso de arriba del dúplex que ocupábamos. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¡Ah, si! ¡Ya me acordaba! Nuestra efusiva Berthamari, con la que compartía habitación, me había advertido que roncaba… ¡¡sólo un poquito!! Pero lo suficiente para provocar mi mudanza al palomar a altas horas de la madrugada… Me aseé y me vestí sigilosamente. No se oía ni una mosca en el piso de abajo. Cuando salí del apartamento serían las ocho de la mañana, y la calle Fariñas me recibió con un frescor mañanero que acogí con mucho agrado, después del calor del día anterior. La temperatura no tardaría en volver a subir, así que decidí aprovechar para hacer algo de turismo, antes de desayunar en una terracita en la Plaza del Cabildo.

Por una calle muy empinada llegué hasta el Barrio Alto, donde destacaba el Castillo de Santiago, cuya mole se intuía desde el balcón del apartamento, como aupada sobre los tejados, dominando todo el pueblo.

La Iglesia de  Nuestra Señora de la O también me llamó la atención, con su campanario alternando cuerpos cuadrangular y circular, sus verdosas campanas de bronce, y su peculiar estilo, mezcla de mudéjar y renacentista.

Me encantó la Plaza del Cabildo, con su fuente y sus terrazas, y el pintoresco Mercado del Zoco, que se extendía y se prolongaba por las calles, esparciendo olores, colores y sonidos inconfundibles… Después de desayunar, quedamos de nuevo el grueso del grupo con Miguel para una animada y completa visita turística. Él, como buen anfitrión, nos guió lentamente por entre el gentío, dejando que fluyéramos en una corriente de colores, luces, aromas y sonidos que se propagaba por las calles aledañas. Algunos de nosotros quedamos seducidos por alguno de los pintorescos puestecillos, que exhibían fruta de temporada, huevos frescos, ropa ibicenca, caracoles y hasta diminutos camarones, que brincaban de sus bandejas en un desesperado intento por escapar a su terrible destino como relleno de tortillita..

Me detuve a comprar un tarro de miel en el puesto de una simpática abuelilla, que me convenció con su gracioso acento sanluqueño para que comprara también un trocito de panal: “Ezto e mano de zanto, shiquilla, un bocaíto po la mañana en ayuna, y ni un mal resfriao en tol año”. Sonreí a la buena mujer, recordando los beneficios de los productos apícolas para el sistema inmunológico, y se lo compré, diciéndole: “No le falta razón, señora: esta es la mejor medicina”. Fernando y Julia le compraron un tarrito de polen.

La visita al mercado nos llenó de imágenes costumbristas y bulliciosas. No me hartaba de escuchar a los lugareños hablando con su acento tan peculiar, tanto que, aunque trataran de temas serios, me daba la sensación  de que siempre estaban de broma… Como las dos marus que se encontraron en la calle del mercado, bajando para el Zoco, y una le dice a la otra:

-¿Andevá, shosho?

– A caza con la compra, quillla, que pesa una jartá… Anda que no e canzao ni ná ir a la plaza con tanta bulla…

¿Aquezí?

¡Digo!

Compré unas cerezas, que fuimos compartiendo en nuestro ascenso hacia el barrio Alto, mientras nos dirigíamos al Palacio Ducal, nuestro siguiente destino, en la parte alta de Sanlúcar. Desde allí divisamos unas panorámicas muy hermosas del pueblo a nuestros pies. Nos llamó mucho la atención una casa que tenía un barquito pesquero en la azotea. Todos nos acordamos del famoso Barco de Chanquete, el de la serie  que marcó la adolescencia de los que ahora tenemos unos cuarenta, “Verano Azul”. Miguel nos explicó que se trataba de una casa-museo muy particular, aunque ya había muerto el propietario que tuvo la idea original, y todo estaba muy destartalado.. Se llamaba Museo del Mar “Las Caracolas”, y los visitantes podían admirar todo tipo de recuerdos marinos, caracolas, ánforas, monedas, aparejos y cosillas que aquel viejo marinero había ido “recolectando” a lo largo de su vida.. A mí, personalmente, me conmovió la visión de aquel viejo cascarón anclado en lo alto de un tejado….

 

Cuando llegamos al Palacio de los Duques de Medina-Sidonia, nos recreamos en sus maravillosos jardines de diseño italiano, rodeados por murallas medievales, entre fuentes cantarinas, esculturas, macizos de flores y magníficos árboles tipo ficus, sin duda de origen ultramarino… La exhuberancia, las frescas sombras y la  tranquilidad que se respiraba en sus senderos hicieron que  nos quedáramos allí largo rato, cada uno sumido en sus pensamientos, haciendo fotografías o enfrascado en charlas de tú a tú.. De esos momentos de inmensa paz proceden las siguientes fotografías.

Poco después, fuimos a una terracita dentro de los patios del propio palacio, y ahí vivimos una de las experiencias más entrañables y bonitas, para mi gusto, de todo el viaje.

Estábamos realmente cansados, por la caminata… pero, sobre todo, por el calor reinante, cuando nos rendimos ante unas manzanillas y unas cervezas frescas, aderezadas con unas aceitunas que fue a buscar Julia (¡no ponían tapa en ningún sitio, los muy rácanos!).

Fue entonces cuando Miguel Furlock, sin mediar palabra, nos dio un inesperado y maravilloso masajito en las piernas a todos y cada uno de nosotros. Lentamente, uno a uno, fue recorriendo el círculo que formábamos en torno a las mesas, refrescándonos desde las rodillas hasta los tobillos con un hielo entre las manos. Cuando se le derretía, se hacía con otro hielo de su vaso vacío y continuaba con la operación. Fue placentero y sorprendente, y no pude evitar que acudiera a mi cabeza una fascinante asociación de ideas, con la imagen de Jesús lavando los pies a sus discípulos. Me pareció un gesto tan hermoso de humildad y de generosa entrega que, todavía hoy, me emociono al recordarlo. No sé si a los demás les pasará lo mismo… Además, conviene apuntar el detalle de que había pasado muy mala noche por culpa de una gastroenteritis, y llevaba todo el día bastante fastidiado, el pobre, a base de Acuarius para recomponer su maltrecho estómago (aunque Bertha, movida, sin duda, por sus conocimientos profesionales de temas de salud y consumo, aprovechó para echarle la bronca por beber semejante guarrería…) Aún así, él continuó regalándonos la energía curativa de sus manos, sin inmutarse. ¡Gracias, Miguel!

Lentamente, iniciamos el descenso hacia los barrios más céntricos, y nos fuimos a comer a un bar en la Plaza del Zoco, creo recordar. Hacía tanto calor que nos pareció inaguantable quedarnos en la terraza, pese a que había aspersores en todas ellas suministrando una fina rociada de agua cada poco tiempo, pero ni aún así  nos apeteció quedarnos fuera, así que entramos. El aire acondicionado tampoco es que funcionara de maravilla, de modo que recuerdo la comida más bien como un rápido trámite. Sólo me apetecía beber y comer cosas frescas, así que en seguida me recuerdo, junto con Bertha, Wolfman y Nube en la cercana heladería artesana, eligiendo uno de melón con trocitos.

Después de los helados, decidimos recogernos un poco hasta las seis de la tarde, hora en la que teníamos prevista la esperada sesión práctica de Almagrafía Aplicada en «Ca Furlock». Eso sí, antes nos aseguró el “Maeztro” que no entraría nadie que no llevara almohadón o cojín para sentarse (ya os conté lo minimalista de su mobiliario  ). Para la “organización del curso”era una condición básica que los alumnos estuviéramos cómodos durante el desarrollo de la clase magistral, y sin cojín eso sería bastante poco probable.

Otra vez es una lástima no tener ninguna imagen que ilustre la sesión de fotografía acuática compartida en la azotea de Miguel. La verdad es que me dio apuro invadir la intimidad de su casa inmortalizando sus rincones, al igual que no he querido incluir en esta entrada ninguna foto en la que salgamos los integrantes de grupo… Pero guardo en mis archivos personales, en algún recoveco del cerebro, las instantáneas que nunca hice de La Abuela y su clan felino, pululando cimbreantes por aquí y por allá, dejándonos estar, saludando cordiales, incluso, y del corrillo de alumn@s en la terraza, cada un@ con su cojín bajo el culo, atent@s a las indicaciones de Furly sobre enfoques, capas y aperturas de diafragmas, luz directa e indirecta, espirales y chorros… Todavía me parece veros a tod@s, inclinados, casi volcados sobre el recipiente de cristal, como si estuviérais dispuest@s a lanzaros de cabeza dentro y buscar, sin cámara, esas puertas a otros mundos de inspiración y creación… Y Miguel, parsimonioso, flexible como un junco, hacía con cada movimiento que su cámara pareciera una prolongación natural de sus extremidades.

Fueron momentos muy intensos y, al mismo tiempo, de una serena atemporalidad, como si la tarde y su luz pudieran prolongarse hasta el infinito, con nosotr@s ahí, almas amigas reunidas por vez primera con los cuerpos que las albergan, que no extrañan, que se regocijan y disfrutan de su presencia como niñ@s que se ponen a jugar junt@s un minuto después de conocerse. Igual que el hijito de Nube, que metía sus manitas exploradoras de dos años en el recipiente de cristal, sin que Furlock interrumpiera sus explicaciones ni se sintiera molesto, dejándole hacer, permitiendole sentir y fluir…

Tod@s fuimos turnándonos para realizar nuestros experimentos ante la vasija de agua, tod@s sostuvimos en nuestras manos la enorme cámara de Miguel, preguntándonos cómo conseguía él hacer que pareciera tan manejable, concentrados en enfocar a dos centímetros de la superficie, escuchando su voz por encima del hombro que nos decía «Dispara, dispara, no dejes de disparar…». Creo que tod@s acabamos sintiendo el poder casi mágico de aquella herramienta de trabajo que, más que eso, era una máquina del espaciotiempo, una nave transgresora de leyes materiales, un artefacto tan especial como el «Strom-bo» de fabricación casera que presidía la azotea de nuestro amigo, dispersador-paralizador-anulador o no se sabe muy bien qué de los chemtrails, el haarp y cualquier bombardeo nefasto para la salud de los habitantes de la casa.

Estoy segura de que hubo un instante mágico, allí, en los tejados de Sanlúcar, con tod@s los participantes en el encuentro envueltos en aquella luz de atardecer, concentrados en el «trabajo de campo»… el sonido de las gaviotas que planeaban sobre el barrio, las tiras de tela a modo de plegarias tibetanas que colgaban del dosel de malla sobre nuestras cabezas, los gatos pululando por los alrededores, y el pequeño José trepando sin miedo por la malla de gallinero que bordeaba la terraza… Sí, fue un instante en el que me sentí casi protagonista de una de sus novelas de la saga del Cuentacuentos.

Observé, disimuladamente, a la protectora Bertha, al apacible Jinquer, a la inquieta Julia, al intrigado Fernando, al entusiasta Wolfman, a la relajada Nube, al reflexivo Pondicherry, al sereno (casi en plan «maestro tai-chi») Furlock… y nos vi como parte de un grupo muy especial, algo así como el germen de una de esas poblaciones, llamadas «caravanserais», de las que habla Miguel en sus relatos futuristas. Fue algo increible, os lo aseguro.

Entonces decidí que era el momento para regalar a cada un@ de los asistentes una piedra-gato pintada por mí, con temas acuáticos y espiralados. Aproveché el círculo que habíamos formado en aquella improvisada Ágora fotográfica para sacar la caja en la que estaban las piedras, y sugerí que pasara de mano en mano, para que cada cual eligiera a su gusto, como si fueran bombones.

Hay más escenas que me hubiera gustado atrapar con la cámara y no lo hice, como la divertida cena de esa noche. Miguel nos llevó al Zoco, a un local donde se nos ofreció toda una fiesta de degustación gastronómica. Fue mas bien un espectáculo, con el sugerente nombre de «La cena de los Sentidos», en el que participamos de un delicioso juego en el que teníamos que adivinar los ingredientes secretos de una serie de platillos típicos de la zona. ¡Las risas que nos echamos esa noche! Allí estábamos tod@s con el pañuelito puesto sobre los ojos, algun@ levantándolo disimuladamente para mirar lo que hacían l@s demás, como si fuéramos críos, tratando de averiguar si en lo que teníamos en la boca predominaban las alcaparras, la nuez moscada, el curry o la albahaca … ¡Cuántas delicias sanluqueñas! Por cierto, esa noche conocimos a tres amig@s más, paisanos de Furlock, con los que compartimos cena, coloquio y excursión al día siguiente: Dudas, Hada y Regli (que no pudo acompañarnos en nuestro pequeño viaje del sábado).

A última hora, mientras charlábamos en la terraza del local, tuve un momento de bajón, pues me acordé de mi familia, especialmente de mis hijas, y no sé, pero me sentí un poquito «culpable» por haberme alejado tanto de ellas durante unos días… Los ojos amenazaron con llenarse de lagrimillas… pero en seguida se me pasó, cuando comprendí que no había nada de malo en que una persona decida, de vez en cuando, reservarse una parcelita de vida propia y hacer algo por sí misma, no como madre o esposa. Me sumergí en una interesantísima conversación con Dudas sobre el Manuscrito Voynich, que lleva estudiando una temporada, y que tiene perplejos a filólogos e investigadores en general, porque se trata de un documento del siglo XV escrito en un idioma totalmente desconocido, e ilustrado con grabados de seres y lugares extraordinarios… Todo un misterio sin resolver.

Quisiera haber podido inmortalizar un par de escenas más de esa noche, como la de la pobre Bertha en camisón, ya en el apartamento, enseñándonos su anatomía, marcada implacablemente por los vampi-mosquitos que abundan por tierras sanluqueñas… (la verdad es que la tomaron con ella: a mí no me picó ni uno, ni siquiera al día siguiente, cuando nos adentramos en su territorio)…O al pilluelo de José, en pañal y con gesto travieso, cerrándonos la puerta de la habitación y deseándonos buenas noches nueve o diez veces seguidas… O la expresión simpática y piadosa de Jinquer cuando llamó a nuestra puerta a la una de la noche y me ofreció unos tapones para los oídos, para que no me tuviera que ir otra vez a dormir al sofá… Son imagenes, sensaciones más bien, que se quedan impresas en el corazón, y no hay fotografía que valga para sustituir ese instante real.

Y debo decir que los tapones funcionaron a las mil maravillas… ¡Ni me enteré de los ronquidos de nuestra querida Berthamari!

Sábado 14 de Julio 2012

Sin duda, los instantes más intensos, e incluso con cierto sabor a aventura, los vivimos ese día. ¡Nos fuimos de excursión a Doñana! Quedamos para desayunar muy prontito en un bar del Zoco, cerca de donde habíamos estado cenando, y desde allí nos encaminamos, bien embadurnados de Aután, hacia el muelle donde cogeríamos el ferry a las marismas, sobre las ocho y media de la mañana.

La luz oblícua del sol, casi recién salido, arrancaba destellos al agua. Joselito dormitaba en brazos de Nube, y el resto de la expedición hacía fotos al paisaje y al personal, tod@s con cara de sueño, pero felices por estar allí.

Desembarcamos en la orilla opuesta de la desembocadura, y Miguel decidió que esperásemos a la sombra de unas dunas, mientras llegaban Hada y Dudas, que iban a coger el siguiente barco. Un@s hicieron corrillo para charlar, otr@s se dieron un paseo por los alrededores, pero tod@s disfrutamos del olor a naturaleza, de la mezcla indefinible entre pino y mar, de la belleza de la luz brillando en la arena, se la suavidad de ésta en nuestros pies… Cuando llegaron los dos expedicionarios que faltaban, Miguel dijo «Quien crea que no le van a picar los mosquitos, que me siga; quien crea que le vana picar, que se quede aquí, cerca de la orilla y lejos de las dunas». Ni que decir tiene que aquello fue como oir «maricón el último», porque tod@s le seguimos, je, je… Bueno, hay que aclarar que nuestra Berthita decidió, muy a su pesar, quedarse en el hotel, porque le dolía todo el cuerpo de la carnicería que le habían hecho los chupasangres el día anterior… ¡Nos acordamos mucho de ella!

El paseo-aventurilla consistió en seguir a nuestro guía a través de dunas movedizas, herbazales y pinares medio enterrados, sorteando nubes de mosquitos que se nos abalanzaban como vampiros a la vuelta de cada matorral. Hubo tropezones y hasta caídas, como el resbalón de Julia por el tobogán de arena que nos hizo bajar Miguel, en su búsqueda de un supuesto sendero que, al final, parecía haber quedado sepultado por las dunas… Furly nos iba chistando cada dos por tres, «Chssst, chsssst», para que no hiciéramos ruido, porque había oído algo. Apareció un ciervo, que se internó en el bosque antes de que los más retrasados del grupo pudiéramos verlo; también había huellas de jabalí, y vimos un escarabajo que dejaba unos rastros graciosísimos en la arena… Al final, Miguel y Dudas, que eran los más experimentados en la zona, reconocieron que no encontraban el camino (parece ser que ahí es bastante corriente que los senderos del bosque desaparezcan literalmente tragados por las dunas, que se mueven de un día para otro). De modo que volvimos a la playa.

Y allí disfrutamos de la más maravillosa sesión de Almagrafía que nos podíamos imaginar, pues al retirarse la marea se había formado una lagunilla alargada, cuya superficie reverberaba con el sol y la brisa, y en la que tod@s caímos de rodillas, dispuest@s a adorarla casi, y a fotografiar las capas más ocultas de su espíritu acuático. La mañana que pasamos en las marismas nos regaló momentos tan irrepetibles como estos:

Y, por supuesto, no podían faltar fotos del agua, de Agualma, tanto de las marismas, como de las fuentes de Sanlúcar…

… Aguas de aromas sanluqueños y repletas de misterios, como la extraña masa
gelatinosa que encontré en cierta orilla, estremecida por el vaivén de las olas…

Cuando Wolfman vio la foto en el visor de mi cámara, exclamó: “¡Corre, corre, enséñasela a Miguel y dile que te has encontrado una calavera de cristal!”. Así lo hice, pero cuando le enseñé la imagen, el Furly reaccionó justo como yo esperaba: la miró con su habitual gesto desapasionado y me preguntó,, dirigiéndome una de sus miradas oblícuas: “¿Dónde has encontrado esto?” Les dije (a él , Dudas y Wolfi, creo recordar) que me siguieran, pero cuando llegamos a la orilla, las olas ya lo habían arrastrado mar adentro, fuera lo que fuese, fundiendo su enigma entre la espuma. Alguno sugirió que podía tratarse de una medusa, pero a mí, sinceramente, aquello no me parecía ningún animal, sino una especie de moco transparente y enorme, diferente a cualquier cosa que yo hubiera visto en mi vida. Otro misterio-misterioso, como el Voynich…

Y bueno, después de una mañana maravillosa de fotos, paseos, descanso sobre la arena, y disfrute acuático (sobre todo viendo los chapoteos del pequeño José, del que hice unas fotos, junto a su madre, que parecen cuadros de Sorolla), llegó el momento de regresar a Sanlúcar. Al bajar del ferry nos estaba esperando una recuperada y vivaracha Bertha, que nos invitó a todos a tomar algo en una tabernilla frente al embarcadero. De ahí procede la última fotografía que hice en Sanlúcar y que ilustra este relato, la de esa pared repleta de tesoros marinos, entre los que destacaba el inmenso cráneo de un cetáceo (posiblemente un calderón). Y en ese ambiente festivo y relajado, entre manzanilla y cerveza fresquita, entre brindis, risas , charlas y sueñecitos (José cayó rendido en brazos de Pablo) llegó el momento de despedirnos del grueso del “pelotón”. Wolfman y yo teníamos que regresar a Madrid esa tarde, él por motivos de trabajo, y yo porque esa madrugada salía de viaje con mi familia hacia Asturias… El resto se quedarían aún hasta el domingo, así que es a ellos a quienes corresponde contar  lo que sucedió al día siguiente, si se animan… (tengo entendido que fueron a visitar una bodega, así que ya ves, Wolfi, nos perdimos lo mejor del viaje, cagüen… 🙂 )

Nos despedimos en la calle, pero, es curioso, no tuve sensación de separación… Fue más un “hasta luego” que un “adiós”, como cuando te alejas momentáneamente de alguien a quien sabes que vas a ver muy pronto. De hecho, es cierto que a alguno le volví a ver muy pronto (Pondicherry compartió con nosotros unos días en Somiedo, tras prometerme que me llevaría el cojín que me dejé en casa de Miguel, y así lo hizo… ¡Gracias, Primi!). La sensación de cercanía, de afinidad, y de haber encontrado algo muy valioso  era tanta que no hubo tristeza en la partida, porque todos sabíamos que lo que se había anclado en la reunión de Sanlúcar estaba muy profundo en el corazón.

Dudas, muy majete, (porque caía un sol a plomo y no apetecía subir andando) se ofreció a llevarnos hasta el hotel. Se nos unió Bertha, que quería pasar un ratito más con nosotros, y los demás se fueron a picar algo por ahí. Dejamos a Pablo donde se había alojado, y luego Dudas nos dejó a nosotras a la puerta del Fariñas.

Un cuarto de hora más tarde, recién duchada y con todos mis bártulos recogidos, me reuní  en el patio del hotel con Bertha y con Pablo, que acababa de llegar y había dejado el coche en marcha delante de la puerta. Una leve congoja empezó a llenarme el corazón. Fue curioso: con el resto del grupo no me había ocurrido, pero cuando miré a Bertha a los ojos y la vi llorosa y con una turbación imposible de disimular, se me cayó el alma a los pies. Sobre todo después del maravilloso y generoso detalle que acababa de tener conmigo minutos antes (y ella sabe muy bien a lo que me refiero).

Nos abrazó, primero a mí, luego a Pablo, visiblemente emocionada, y demoró el abrazo mucho tiempo, como si no quisiera despegarse de nosotros.  Entonces nos hizo una confesión que me enterneció aún más: nos dijo que había sentido una afinidad muy fuerte hacia nosotros dos, algo especial y único, como si nos conociera de antes, como si hubiéramos sido familia en otra vida, o lo fuéramos en otro nivel de existencia, y acabáramos de reencontrarnos. .  ¡Ay, Berthita de mis entretelas! Si ya lo sabía yo desde antes de verte…Ya habíamos tocado con los demás el tema del “reencuentro álmico” en alguna de nuestras charlas de los días anteriores, pero reconozco que sólo con Bertha (quizá también con Nube) tenía yo sinceramente ese “feeling” de reconocimiento.

Fue el instante más hermoso e intenso de todos esos días, os lo aseguro. Nos fundimos los tres en un abrazo que parecía no tener fin, y que nos conectó con nuestras esencias más inmateriales y atemporales. No queríamos separarnos. Cuando nuestra Madrehermanamiga Pachamama Supermari aflojó el lazo que nos unía, nos miró muy seria, con gesto preocupado, y nos hizo prometer que nos cuidaríamos. Estaba muy angustiada por los momentos difíciles que se nos vienen encima, de los que tiene constancia por motivos de trabajo (accede a información sobre lo que se cuece en las altas esferas a espaldas de los inocentes ciudadanos, y sus fuentes son, como suele decirse, fidedignas). Bertha “sabe”, y cuando alguien tiene acceso a determinadas revelaciones y confidencias, no puede evitar poner sobre aviso a los que quiere… Y eso hizo con aquel abrazo y aquellas palabras, sin duda alguna…

No hay mucho más que contar, amiguitos… Nos esperaba otro viaje de unos setecientos kilómetros hacia el centro de la península, esta vez con Wolfman de copiloto y yo, cual Andreíta en “Karma Brescida” (otra novela de Furlock), con las manos al volante y el alma volando lejos, muy lejos, más allá de ese futuro incierto que tanto angustiaba a nuestra Bertha.

Volando a un mundo en el que las familias de espíritu se reencuentran y viven una vida plena, creativa, amorosa, un futuro de esperanza y de respeto hacia la vida.

Esta entrada va dedicada a ese pequeño que compartió el viaje con tod@s nosotr@s, alegrándonos el corazón con su limpia mirada de niño-sabio sin edad. A tod@s nuestr@s niñ@s, a los que lo son por edad biológica, y a los que lo serán siempre, por mucho que se empeñen los años en deteriorar sus cuerpos. A los niños y las niñas de esa pandilla que se reunió a jugar y explorar durante unos días inolvidables en Sanlúcar de Barrameda. A l@s que no pudieron hacerlo, pero les hubiera gustado mucho estar allí con nosotr@s. Y, como no, a ese gran «niño chico»: a Miguel Furlock, que nos abrió las puertas de su casa y de su corazón.

A todos y a todas, con mucho cariño,

Rivenlaura

Acerca de rivendelian

Estudié Filología Hispánica, he sido recepcionista, administrativo, jardinera, educadora ambiental, ilustradora, pintora, escritora, auxiliar veterinaria, madre, maestra, psicóloga, enfermera, limpiadora, cocinera, panchadora, taxista, experta en autismo y mil cosas más... Pero nada de esto me define. Soy poco sociable, pero comunicativa; pachona, pero curiosa; rebelde, pero cariñosa. Mis raíces están en Gredos, pero me siento asturiana de adopción. Adoro a los animales, me encanta la astronomía y mi lugar favorito es un bosque viejo (preferiblemente de hayas o robles). Sonrío cuando camino entre guijarros, cuando escucho cantar a mis hijas, cuando meto los pies en una corriente fresca, cuando pinto, cuando me reencuentro con amigos lejanos, cuando sueño... Prefiero el té al café, no como carne, me encantan el piano y el arpa, pasear bajo la lluvia, el olor de las mandarinas y la hierbabuena, y meterme castañas asadas en los bolsillos en invierno. Me siento observadora del mundo, y en él busco cosas que los demás ni saben que existen. Soy una que anhela SER, más allá de todas las características que me "adornen" en esta experiencia de vida.
Esta entrada fue publicada en De andar por casa, Vivencias profundas. Guarda el enlace permanente.

13 respuestas a Diario de un pequeño-gran viaje

  1. wolfman dijo:

    Tras negar, y no por motivos de modestia sino de realidad, el hecho de mi basta cultura autodidacta aunque agradeciendo el peloteo he de decir quen o tengo nada que decir porque esta todo dicho.

    … bueno, solo una cosita… En los hechos naturales 8 pero naturales de verdad) la repeticion exacta es inexistente. Eso implica que no volveremos a vivir aquellos momentos tan magicos de la misma manera que alli.
    Aceptando este hecho que convierte aquella experiencia en una joya incrustada en nuestra alma me gustaria decir que mi fe en un encuentro «global» esta bajando, pero que mi esperanza de encuentros «parciales» es algo que no decae y que espero paciente que llegue ese momento.

    Besos p’a tos

    • MBERTHA dijo:

      Querido Pablo, la duda es sana mentalmente hablando, pero niño mio ¡ tu cuerpo y tu mente ya pintan poco a estas alturas. Eres buen observador, me consta, y requieres mi consejo de brujilla buena y maternal : observalos ya sin juicio, viendolos hacer, pero todo ese torrente de energía-esencia que se está manifestando en tu poesía eres TU, mi amado grandullon. Escuchate a TI ahora mismo. Es el salto que vas a pegar de un momento a otro y ya la vidilla no será igual.
      No me equivoqué y ahora es mi certeza. Si sacas algún ratillo ven a acompañarme, yo estoy decidida a quemar mis últimos cartuchos en plan Laana. Voy de mar a mar en breve, y empiezo a recoger y repartir cosas que ya no echaré en falta NUNCA. Me llevo lo imprescindible y no tengo grandes necesidades. (Te pasaré la dirección y esa será tu casa cuando quieras)
      Tienes razón cuando dices que no esperas un encuentro «global». El cambio es de cada un@, y nos reencontraremos con nuestros «pares» y «triples» y y y y con aquellos que coincidamos vibracionalmente : 10, 200 o mil. YO tengo la certeza, de que en un momento que estuvo fuera del tiempo y del espacio, me abracé a dos partes del espiritu.
      Julia, mi compañera, se sumaría al trío varias horas después y sé que sintió el aliento de alguién más que Berthamari. Esta es mi pequeña aportación, pero sentida….

      • wolfman dijo:

        La fecha sera Octubre (el hermoso otoño…)

        El lugar ya me lo diras tu.

        Lo que salga de ahi… jajajaja, si tiene ojos y pesa mas de tres kilos le pondremos nombre.

  2. rivendelian dijo:

    Ya me esperaba yo alguna salida de ese tipo por tu parte, Lobito bueno, pero no disimules, hombre, las cosas como son. Sobre todo sabiendo que en alguna de tus vidas pasadas has reconocido ser Tomás, el que metió el dedo en la llaga… y seguramente antes, el Archivero Mayor de la Biblioteca de Alejandría. Algo te trajiste para ésta, amiguito: la Duda y el Conocimiento Enciclópedico… además de un corazón que te ocupa todo el cuerpo (¡¡y ya hay cuerpo que ocupar, je, je!!

    Es cierto que las posibilidades de que volvamos a encontrarnos tod@s son complicadas, pero si nos empeñamos podremos hacerlo. Y mientras tanto, como dices tú, nos quedan los encuentros a «pequeña escala» y la ilusión por conocer, por aquí y por allá, al resto de la familia que tenemos repartida por el mundo. ¿Y si nos acercamos la próxima vez hasta la Patagonia, a ver a MIguel «Dicotomía»? 🙂 Seguro que Bertha se apunta la prímer…

    Un fuerte abrazo con sabor a naranja amarga sanluqueña…

  3. Julia dijo:

    Encuentro global, global, no sé; pero a la Patagonía ni jarta de manzanilla. A pequeña escala está el encuentro con Pablo : )) si Fernando está a bien acompañarme (que lo dudo). Estoy bien, serena, pero muuuuuuuuuu extraña, y también encantada de que Riven se haya puesto las piloras y vuele por este lugar.

    Riven hermosa, el relato del encuentro sanluqueño, al igual que en la janda, me ha emocionado. No sé que más decir. Es todo tan… extraño.

    Bertha, entrañable Bertha, he estado unos días en la masía (silencio, allí sucedió lo que por aquí no puedo contar, no porque sea extraordinario o yo qué sé, si no por algo totalmente desconocido y para mí muy difícil de ponerle palabras, bueno se las puedo poner pero no es) y esa misma noche Fernando tuvo un sueño -él no sueña, dice, porque no recuerda nada- pero tiene tela el sueñecito y la coincidencia con lo que pasó) bueno a lo que iba que si no me pierdo, pues a parte del equipaje, comida y demás para esos días, me faltaba algo y no sabía el qué, me movía intranquila por la casa buscando el qué, me preguntaba, hasta que siguiendo a mis pasos di con lo que me faltaba ¿ya sabes? y me lo lleve a ese lugar tan encantador y sin tiempo, para mí. ¡Ah! otra cosa mariposa, cuando leo u oigo la palabra certeza, tiemblo. Pero sólo cuando intuyo que es una persona seria. ya me entiendes ¿verdad?.

    Como podeis ver repito mucho la palabra «extraño, extraordinario» y es que no hay otras o no doy con ellas o es que estoy con un pie aquí y otro allí : )) Me cuesta horrores expresar lo que está pasando-me. Y, de verdad, no es porque sea extraordinario (otra vez) sencillamente está pasando y forma parte de la vida de cada uno, sin aspavientos, sin filigranas ni florituras, pero…

    Abrazos inmensos

    Julia

  4. lirongris dijo:

    Abrazos para tod@s.
    A mí también me ha encantado tu relato Laura, me ha hecho volver a Sanlucar, gracias.
    Bertha, recuerdas que tienes chofer y furgo, cuando tengas la cocina recogida, nos vamos a dar una vuelta.
    En mi agenda de sueños de este año estaba Patagonia-Panamericana-Gran Cañón, pero sólo es un sueño.
    De momento mis itinerarios son más cercanos.
    Os quiero. Espirales.

  5. MBERTHA dijo:

    Julieta-Julia ¡¡¡¡¡ Nos está pasando, sin aspavientos, sin florituras, sin ná espectacular, pero ES.
    En serio ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Si no fuese así o asá, yo no daría el cambiazo de mi comodona vidorra-vidilla.

    He monologado conmigo misma me, para observar grietas, rendijas desde donde se pueda colar esta especie de «estado particular» (soy muy recelosa y no me fio ni de mi sombra, jajaja). Si es que vuelve a ser la simulación, lo hace de p… madre mia. Yo lo he dejado claro, clarísimo : a mi no me maneja NADIE y menos sin mi permiso.

    Liron gris, pequeñajo encantador de sierpes, que no te quito ni con agua caliente ¡¡¡¡¡¡ Tú estas aqui conmigo y lo sabes. Lo de la furgo será que será dificil, a no ser que te la pases en ferry. Pero luego no me digas que si el bacalao, que si los chipirones. Tu comes lo que cocino y a callar.

    MF tenias razon cuando comentaste con alguién sobre el hecho de que me había comprado otra casa y lo veias como un errorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr. Lo fue, shiquillo sanluqueño, lo ha sido. Pero…. hay otros seres que no quieren hacer el viaje en esta ronda y el cielo puede esperar otra vuelta de ciclo. Es su santa y sagrada voluntad, no tengo nada que decir, sólo llorar un poquito.

    Nubecilla que me andas revuelta y me da que no a gusto. No te he leido en ningun sitio como Riven, al parecer, pero la brujilla intuye, ve nubarrones que no me gustan porque, en principio, no prometen.

    Se acabo por hoy la sesión de pc. Voy a realizar mis tareas repetitivas, pero con mucho amor. Despues me pirrio porque llegue la tarde y me vaya a volar un ratito. Hay que practicar y de momento peso un poco demasié para despegar gracilmente del suelo. Todo llegará en su momento.

    OQM, como la trucha al trucho (mi querida Gloria F, que te veo soplandome tus inocentes rimas con mucha frecuencia, es que acaso nos sentimos cada vez más cerca?)

  6. Miguel dijo:

    Laura
    Qué bien describes a tus compañeros de ruta.
    Cada uno de los «encontrados» tiene lo suyo, y por lo que veo, viene de otros tiempos.
    Sin dudas que el entorno de Sanlúcar define aún más el encuentro con M.F.
    Lo vívido que resulta el color de tu relato es tú sello personal. Cómo acostumbras.
    Es cómo si los estuviera viendo. Le haces un marco imaginario, y no me hace falta más.
    Dale organicen y se llegan por la Patagónia, los espero con gusto.

    Abrazo
    M.

  7. Rama dijo:

    Tu experiencia sanluqueña ha sido maravillosamente compartida. Gracias, muchas gracias por permitirme este vislumbre de ese reencuentro. Los abrazo.

  8. rivendelian dijo:

    Querid@s amig@s: me ha alegrado mucho leer vuestros comentarios, especialmente los de aquellos que no estuvisteis personalmente allí: es genial saber que mi relato os ha gustado y que os ayudó un poquito a proyectaros a Sanlúcar con la mente y el corazón. Os aseguro que, en mente y corazón, tod@s estábais allí con el resto de nosotr@s. ¡Sí, Rama, incluso cuando M.F. nos masajeaba las piernas con hielo, seguro que a nuestr@s amig@s lejanos os llegó una brisa fresquita en ese momento y no sabíais de dónde procedía! Ahora ya sabeis de dónde, je, je…

    A l@s demás, los presentes en cuerpo y alma, tengo que reconoceros lo que ya dijo sabiamente Lobezno en su comentario de más arriba: que es imposible recrear la experiencia tal como fue, porque hay momentos en la vida que son irrepetibles, pero nosotr@s tenemos al menos la gran suerte de retener aquellos días como un gran tesoro, como esa «joya incrustada en nuestra alma» de la que habla Wolfi. La hermosura de ese recuerdo permanecerá como en conserva en mi corazón para siempre.

    Lo de saltar el charco hasta Patagonia, pues… ¡Todo se andará, Miguel! Ya has visto que alguno lo tiene-tenía en mente (nuestro Primi-Pondi-Lironcete, que es que no tiene ninguna pereza para viajar, el tío… el día menos pensado nos dice que se va a Marte, dando un rodeo turístico antes por las Pléyades, ji, ji … ¡A este hombre todo le pilla de camino siempre 🙂 !

    Mientras tanto, por aquí seguiremos, tratando de vivir el día a día lo más coherente y armoniosamente posible, envuelt@s en esa especie de aura de reconocimiento y hermanamiento que nos rodea. Desde esa perspectiva, creo que es hora de moverse hacia adentro. De reencontrarse con un@ mism@. Y valorar lo que de veras importa: el amor, el perdón y la esperanza.

    Besos y abrazos

  9. lalunagatuna dijo:

    He estado muy desconectada con los blogs querida Riven, mi cabecita está hecha un ovillo enmarañado. Más vale tarde que nunca, pensé mucho en vosotr@s y mi mente estaba con las vuestras. Mi enhorabuena de corazón.
    Abrazotes.

    • rivendelian dijo:

      Descuida, Lunagatuna, que no eres la única que anda cortando conexiones con la tecnología… Creo que en breve publicaré una entrada muy especial al respecto, porque necesitamos (o al menos yo necesito) un cambio de «chip» bastante drástico, si no extraerme el «chip» del todo, je, je… Pero no seamos radicales. Lo justo para que esas cabecitas enmarañadas deshagan los nudos que se nos han ido formando en estos años de desmelene informático,

      Sé que, a tu manera, estuviste en Sanlúcar, y te confieso (como le decía a Manolo recientemente en su blog) que eres una de las personas que más me hubiera gustado conocer en persona, pues me has demostrado en muchas ocasiones tu calidad y tu calidez humana, tanto por escrito como por teléfono, nos hemos reído, hemos llorado, nos hemos confesado, hemos soñado y nos hemos ilusionado por los seres maravillosos con los que compartimos, cada una, nuestras vidas. Sabes que te aprecio muchísimo, y que siempre estás en mi corazón, aunque ya no nos prodiguemos tantas visitas blogueras. Todo tiene su momento, y ahora ha llegado el momento de hacer otras cosas. De «hacer» de verdad cosas. Cosas de verdad… Tú ya me entiendes, ¿a que sí, hermanita?

      Te mando un gran besabrazo y muchos ánimos. TQM.

      Laura

Replica a MBERTHA Cancelar la respuesta