Ayer acudí a una charla-conferencia en Madrid con el sugerente título de «Cómo afrontar la enfermedad». El lugar del encuentro fue el Café Cósmico, en la calle Juan de Austria, y debo confesar que ya el nombre del garito me dio buenas vibraciones… Aunque una vez allí descubrí que lo único que tenía de «cósmico» era una reproducción en el techo de un fresco renacentista con las constelaciones estrelladas y sus símbolos. Luego me fijé en un detalle que me gustó: había unos prismas de cristal colgando junto a una de las ventanas. Era por la tarde, y ya no daba el sol en esa calle, pero supuse que, de mañana, ofrecerían un magnífico espectáculo, descomponiendo la luz blanca en maravillosos y pequeños arcoiris flotantes por todo el local…
Cuando llegué, me pedí un té con hielo y pregunté a la camarera, de dulce acento argentino, a qué hora estaba previsto que empezara la charla. Me llevé un chasco cuando me dijo que a las ocho, porque yo tenía entendido que era a las siete. Mientras ponía miel a mi té, le expliqué que uno de los ponentes (el doctor Jota) me había dicho que se repetía la charla que me había perdido hacía varias semanas, «en el mismo sitio y a la misma hora». Ella entonces exclamó «¡Claro, ahora entiendo, es que la primera vez se convocó para las siete, pero luego se cambió a las ocho, y esta vez la han dejado ya a esa hora!».
De modo que aproveché y decidí darme un buen paseo, para hacer tiempo, por las calles aledañas, muy del «Madrid castizo». Fue agradable recorrer despacio la zona, especialmente me gustó el ambiente que se respiraba en la Plaza de Olavide, con esa luz de atardecer ralentizada que se demoraba entre los jardines llenos de rosas, las fuentes con palomas bebiendo en sus chorros, algún músico callejero rasgueando una guitarra, y un montón de niños jugando a refrescarse con pistolas de agua, que cargaban en cubos custodiados por sus madres, padres, abuel@s…
Cuando regresé al café, la simpática camarera me presentó a Paloma, la protagonista de la charla. Sólo con mirarla una vez supe que estaba ante un ser especial: joven y agradable , con una belleza serena y natural, menuda, muy delgada y con una vestimenta «a mi estilo» (un poco «hippie»). Nos presentamos, me preguntó cómo me había enterado de la charla, le dije que a través del otro ponente, Jota, que es compañero de una cuñada mía en un centro de salud de la sierra de Madrid, y entonces le conté que tenía un interés muy personal en conocer su experiencia a causa de mi propio cáncer. Cuando le pregunté cómo lo había superado ella, me dijo, con un suspiro y una sonrisa: «Estando tranquila». Yo entonces tuve una inspiración humorística y le pregunté: «¿Tienes hijos?». «No», fue su respuesta. «Ese es un punto muy a tu favor, claro…». Ella se echó a reir: «¡Sí, supongo que tienes razón!».
La gente empezaba a llegar, pero antes de alejarse para recibir a otras personas me dijo cosas que coincidían cien por cien con lo que yo siento: que la enfermedad hay que tomársela como un regalo, como un «presente» y una manera de estar en el aquí y ahora, sin atarse al pasado ni agobiarse por un futuro que no existe… Y, sobre todo, una oportunidad maravillosa de conocerse a un@ mism@, de renacer, de averiguar quién eres y de hacer lo que has venido a hacer…
Por fin bajamos a un pequeño salón en el entresuelo del local, y nos sentamos. Éramos muy poc@s, esta vez la capacidad de convocatoria no había sido tan grande como me contaron de la primera conferencia. La mayoría del público éramos mujeres, con la única salvedad de un chico joven. Curioso, ¿verdad? Una muestra más de que las féminas (por lo general) tenemos la mente más abierta… 🙂
Paloma se presentó, entrando a saco en el tema. Hija y nieta de mujeres con cáncer de mama, con una tía y una hermana que murieron también de la misma enfermedad, fue consciente desde época muy temprana de que tenía todas las papeletas para seguir sus pasos. Sin embargo, desde muy pequeña, sentía algo así como un «instinto» que la guiaba hacia formas naturales de sanación. Por ejemplo, cuando se sentía enferma, lo que hacía era dejar de comer, beber mucha agua y replegarse sobre sí misma, hasta que notaba que el cuerpo ya había descansado y tenía energías para desencadenar la autocuración de las cosillas que la afectaban. Desde entonces ha vivido con esa sabiduría innata que la insta a no medicarse y a confiar en sus mecanismos internos.
Por eso, cuando le diagnosticaron el cáncer de mama, estaba muy preparada y decidida en conciencia a no seguir el tratamiento convencional. En tres meses se había curado por cumpleto. ¿Qué hizo? Básicamente, lo que me contó en la barra del café poco antes: «estar tranquila». Y pensó que, si ella lo había conseguido, entonces lo podría conseguir cualquiera. Por eso decidió dedicarse a dar charlas y crear grupos de apoyo para ayudar a las personas que pasaban por experiencias similares.
Ya unos años antes, cuando enfermó su hermana, puso todo su afán en ayudarla, pues llevaba un año de quimioterapia y no parecía hacerle ningún efecto; todo lo contrario, parecía estar cada vez más deteriorada. Paloma, que practicaba activamente la meditación, acudió a buscar consejo de su «maestra», y ésta le dijo (tan escueta y lacónica como suelen ser tod@s l@s maestr@s): «Hammer… busca a Hammer».
Entonces empezó a indagar en internet, y lo primero que encontró fue que el doctor Hammer estuvo en la cárcel, de modo que sus pensamientos iniciales fueron «¡Coño! Pero… ¿cómo me manda a mí esto mi Begoña?» (se refería a su maestra). Pero luego, una vez que se tomó su tiempo para investigar a fondo, se dio cuenta de cómo resonaban en ella las revolucionarias teorías de este médico alemán.
Descubrió entonces que cada enfermedad está relacionada con un conflicto de orden emocional. En el caso de su hermana, que era el que le preocupaba en ese momento, se trataba de un cáncer de mama izquierda, y vio que le cuadraba, pues respondía a un problema relacionado con los hijos. Al parecer, ella llevaba tiempo tratando de quedarse embarazada, pero no lo conseguía, y eso le procuraba una profunda insatisfacción y dolor.
Paloma le pasó toda la información que consiguió recabar al respecto, para ayudarla a vivenciar la enfermedad de otra manera. Pero su hermana era enfermera, y defensora a ultranza de la medicina tradicional, además. También era muy educada, así que no lo rechazó de plano, sino que lo leyó atentamente y dijo que le parecía «interesante», pero su conclusión fue que ese no era su camino.
Cuatro años después de morir su hermana, a Paloma le diagnostican lo mismo. Pero ella ya se había hecho la pregunta del millón: «¿Qué vas a hacer tú si te toca?». Ella ya había identificado el cáncer de mama con una manera de interpretar y sentir ciertos aspectos de la realidad: en concreto el rol ancestral de la mujer como sufridora abnegada que se lo traga todo y que pone a todos los demás por delante de ella.
Por otro lado, medió mucho en su decisión el hecho de que abordar la enfermedad desde la medicina oficial (quimioterapia, radioterapia, etc) suponía la ruina de su carrera como actriz, pues los protocolos de oncología hospitalaria suponen una media de cinco años de tratamiento, controles y revisiones, hasta considerar que el cáncer esté controlado o erradicado. (Un inciso: ¡¡qué diferente el caso de esta chica con el de otra actriz muy conocida que ha ocupado los titulares recientemente, teniendo ambas similar herencia genética!!…)
Ella lo tenía claro en su mente y en su corazón. Pero confesó que necesitaba conocer a alguien que hubiera pasado por ello y se hubiera curado, que no le bastaba con leer sobre el asunto y ver que estas cosas coincidían con sus intuiciones. Necesitaba hablar con alguien que lo hubiera superado por otros medios, alguien que la mirase a los ojos y se lo dijera: «Me he curado sin quimio»… y creérselo.
Como suele ocurrir cuando estás abiert@ al cambio, las circunstancias propiciaron ese encuentro. Conoció a la amiga de otra amiga que lo había conseguido, había superado el cáncer sin acudir al sistema oficial de salud. Paloma se convenció de que aquella maravillosa magia era posible. Y así lo hizo ella, «más chula que nadie» (fue su propia expresión). En tres meses lo había conseguido, estaba limpia, como demostraron los controles a los que se sometió para comprobarlo. «Remisión espontánea». Eso es lo que suelen decir los médicos cuando se enfrentan a un caso así y no saben cómo explicarlo… ¡Y era algo tan espectacular que necesitaba compartirlo con los demás!
Por ese motivo, decidió que tenía que crear un grupo de apoyo para enfermos de cáncer que se saliera de la orientación psicológica oficial que ofrecen los hospitales, y empezó a dar charlas sobre su experiencia, porque su interés es la divulgación de una manera holística de interpretar y superar la enfermedad. Su visión (que coincide al cien por cien con la mía propia) es que la enfermedad es un aviso de que algo no funciona y hay que cambiarlo, de que hay algo que estamos haciendo mal, en contra de nuestro ser. Se convierte así en una magnífica oportunidad, quizá un poco brusca, de entender tu vida, qué es y qué debería ser. Y así lo veo yo en estos momentos.
Al principio, empezo a mover el asunto con otras dos personas, que también se habían curado de manera alternativa, una de cáncer de colon y otro de cáncer linfático, y daban las charlas entre los tres. Pero luego ell@s lo dejaron y, cuando Paloma conoció a Jota, pensó: «Hombre, alguien que se mueve en la misma onda que yo, pero que además… ¡¡es médico convencional!! Perfecto, justo lo que necesitaba». Y así empezó la colaboración mano a mano entre este médico de urgencias de la sierra de Madrid y esta actriz metida a defensora de la autosanación.
Hubo un par de momentos en la charla en los que intervine. Uno de ellos fue cuando Paloma explicó cómo se había curado, y yo le pedí que fuera un poco más explícita con eso de «estar tranquila». Entonces ella recordó las palabras que le dirigió Begoña, su maestra, cuando le pidió consejo y ayuda: «Hazte dueña de tu tiempo». Nos arrancó una carcajada cuando reconoció que su primer pensamiento al respecto fue: «¡Joder, ya habló el oráculo! ¿Qué coño querrá decir?»
Pero reflexionó sobre ello, y en seguida se dio cuenta de que su tiempo no era suyo, pues estaba siempre al servicio de los demás, y anteponía las necesidades y los intereses de los otros a los suyos propios. A eso se unía la sensación constante de «no llegar», de no «cumplir» con lo que se esperaba de ella (¿no os resulta conocido esto? ¡A mí sí, os lo aseguro!).
Anteponerse uno mismo a los demás genera rechazo, pues está muy castigado por la religión, por nuestra cultura… Pero, en realidad, se trata de una manipulación más del poder que nos somete y nos pone todas las trabas posibles para ser libres. ¿Os acordáis de los hombres de gris, aquellos que robaban el tiempo en el libro de Michael Ende «Momo»? Parece un argumento de novela, ¿no?, algo propio de la ficción… ¡Nadie te puede robar el tiempo, por Dios! Y, sin embargo… ocurre constaaaaantemente. Ocupaciones que no nos satisfacen, jefes autoritarios, desavenencias con la pareja, atascos de tráfico, personas absorbentes y «chupadoras» de energía, programas de televisión atontadores, responsabilidades diarias, hij@s, familiares, amig@s…
En el caso de las mujeres, y más aún si somos madres, la cosa se complica, pues si te antepones al trabajo, la casa, los hijos… ¡eres mala y egoista!
Paloma desarrolló un cáncer en la mama derecha. Según las teorías de Hammer, eso denota conflicto en la relación de pareja y también con el padre. Ella en seguida ató cabos y todo le cuadró: su manera de ser mujer, heredada de su madre (igual que ésta la heredó de su abuela) era muy sufrida, muy de aguantar carros y carretas. Yo creo que esa forma de vivenciar lo femenino la tenemos muy arraigada todas, aunque en teoría hayamos crecido en una familia con padres-madres abiertos de mente, permisivos, democráticos y todo eso. Está en nuestra memoria genética. Somos muy de irnos haciendo «pupitas» poco a poco, hasta que un día… ¡zas! se juntan todas y es como si te hubieran dado un hachazo. Eso es muy evidente en los conflictos de pareja. Tragamos y tragamos, hasta que llega un día en el que ocurre algo y es la gota que colma el vaso.
En este y en los demás casos, lo primero es corregir la manera de vivenciar esas situaciones, porque lo que de verdad nos hiere, lo que nos provoca la enfermedad, no es el hecho en sí, sino la manera como lo enfocamos en nuestro interior.
Paloma nos contó que ella lo superó a través de la meditación, pero otras personas lo consiguen de otras maneras, mediante terapia psicológica, cambios radicales en la alimentación, reiki, visualizaciones, biodescodificación, homeopatía… Lo interesante es que, hagas lo que hagas, da igual, porque eres TÚ quien te curas: en realidad no te cura nada externo a ti, aunque tu mente necesite de esas muletas. Cada un@ ha de escoger aquello que realmente resuene con un@ mism@, y a cada cual le sirve algo diferente, porque no hay dos caminos iguales ni dos personas iguales.
Cuando esta chica terminó su exposición, salió a «escena» Juan Ramón, más conocido como Jota. De gestos que denotan cierta timidez no superada, pero con un aspecto muy desenfadado (con barba y larga melena canosa recogida en una coleta pero, aun así, algo revuelta), se presentó a sí mismo como un médico de urgencias que combina medicina tradicional (tratando por todos los medios de no recetar medicamentos) y Sintergética (ya os contaré lo que es en una próxima entrada).
Paloma y el grupo de Autoayuda le invitaron a hacerse cargo de la parte «técnica» de las charlas, porque la gente tiende a no creer que alguien se cure del cáncer en tres meses sólo «estando tranquilo». Pero él exclamó: «¡Es que realmente es así!» Puso un ejemplo muy gráfico: si alguien se rompe una pierna, por lo general sólo hay que esperar a que se suelde el hueso, mientras usas unas muletas como apoyo. Pues con la enfermedad pasa lo mismo.
Uno de los aspectos más importantes y en los que más insistió respecto a la manera de enfocar la curación es el de ir a la causa. Y en este aspecto, la mayoría de la gente (médicos y pacientes) se obcecan en quedarse con visiones parciales de una totalidad en la que existen muchos factores. Lo ilustró contándonos una historieta:
El Cuento de los Cuatro Ciegos
Esto son cuatro ciegos que tratan de saber cómo es un elefante, y cuando lo encuentran resulta que cada uno toca una parte distinta del animal, con lo cual cada descripción es diferente. Uno dice que el elefante es como el tronco de un árbol (pues lo que tocó fue una de sus patas rugosas); otro asegura que el elefante se parece mucho a una serpiente (tocó su trompa); otro, que es como una piedra (tocó sus pezuñas); y el último insiste en que el elefante es como una mariposa gigante (pues tocó sus orejas batiendo para ahuyentar a las moscas).
¿Qué quiere decir esta historieta? Pues que hay que ver la enfermedad desde un punto de vista holístico, de totalidad, y no quedarnos sólo en que su origen o causa está en factores genéticos, bioquímicos, ambientales, alimenticios o emocionales. No es nada de eso por sí solo, pero sí es todo eso.
Para empezar, venimos a este mundo a aprender, y la enfermedad forma parte del aprendizaje, te ayuda a rebuscar en tu interior, a reconocerte mediante un profundo ejercicio de sinceridad, a saber por qué te están pasando ciertas cosas, y descubrir todo tu potencial autosanador. Como me decía Paloma en la barra, es una oportunidad de renacer, de rehacer las cosas, de ponerte en paz contigo mism@ y con el resto del universo.
Lo que ha hecho esta chica a mí me parece maravilloso, alucinante, pero es fundamental que ella estaba muy preparada.
En mi caso particular, creo que también lo estaba… pero mucho menos. Al principio fue un shock, y me dejé llevar por la inercia hospitalaria. Pero he ido reafinando mis intuiciones, informándome y atando cabos, y, sobre todo, escuchándome a mí misma. Y he decidido confiar en mí, en mi poderío, en mi capacidad autosanadora, en mis energías más desconocidas. Así pues, la quimioterapia la he asumido como una de esas muletas de las que hablaba Jota, y es evidente que está funcionando. Por eso, incluso él mismo me recomendó que no lo dejara cuando le conté que estaba pensando sobre la conveniencia de seguir o dejarlo.
Yo trato por todos los medios de enfocarlo desde el punto de vista de que lo que me están haciendo en el hospital es una ayuda, pero que, en realidad, soy YO quien está desencadenando el proceso natural de sanación. Pero hay que ser muy valiente, hay que aceptar en qué posición estás y qué tienes que hacer. Y, ante todo, tienes que CREER, es fundamental que te creas lo que estás haciendo, que confíes en ti mism@. Si un médico te dice «Según los últimos resultados, y basándonos en las estadísticas, te quedan tres meses», puedes sugestionarte, te mentalizas en eso, y seguramente será así… Pero es importantísimo no olvidar que las personas tenemos mucho que decir en la curación de nuestras enfermedades. No somos una mera estadistica. Somos voluntades, sueños y poder esperando la realización.
Como ocurría en el cuento de los ciegos y el elefante, ninguno tiene razón y todos tienen razón. En la enfermedad afectan por igual bacterias, radiaciones eectromagnéticas nocivas, factores nutricionales, radiaciones cósmicas, herencia genética… Todos han dicho una parte de la verdad, pero no ven el elefante entero. Por eso es importante reivindicar una visión holística.
Jota hizo un rapidísimo resumen de la evolución para tratar de explicarse: las primeras bacterias fueron algo así como una fusión de elementos minerales, y las primeras células fueron bacterias que se juntaron en el caldo marino primigenio, dando lugar a seres unicelulares, luego pluricelulares, vegetales, animales… Para que eso haya podido ocurrir y nosotros estemos donde estamos ahora, han tenido que pasar millones de años, en los que los seres que nos antecedieron tuvieron que que elaborar estrategias adaptativas para superar problemas (cambio de agallas a pulmones, por ejemplo).
A lo largo del tiempo, la vida se ha topado con muchos problemas para los cuales había que elaborar una respuesta. Los peces dieron lugar a los anfibios, éstos a los reptiles, ellos a los cuadrúpedos, bípedos… nos vamos elevando hacia el cielo, pero es siempre la misma Vida, aprendiendo a resolver problemas.
Hoy llevamos todo ese conocimiento en nuestras células. Llevamos la información de la gacela que pastaba en las praderas de Africa mucho tiempo antes de que nuestra antepasada Lucy paseara su palmito por esas tierras; llevamos también la del león que, agazapado, la acechaba muerto de hambre. Esos mecanismos desencadenantes de algo llamado estrés, tan de «moda» ahora, ya existían entonces y mucho antes, y forman parte de nosotr@s. En la gacela, al advertir el peligro, se dispara la adrenalina, el corazón se pone a tope y el cerebro manda la orden de que la gacela salga por patas. Al león le pasa lo mismo: ante la visión de la suculenta gacela, se dispara la adrenalina, se produce cortisol y azúcar, y se da la orden de atacar. Se trata de un conflicto para los dos, con dos posibles resultados:
A) la gacela escapa
B) el león la devora.
Si se salva, la gacela descansara para recuperar energías. Si gana el león, se echará para hacer la digestión.
Esa información de la gacela y del león está en cada una de nuestras células, que son a su vez bacterias no diferenciadas que se encuentran en un medio acuático similar al origen de la vida. El ser humano tiene la capacidad de simbolizar, es decir, de buscar un significado a las cosas. Si tenemos en nuestras células la información que recogieron nuestros ancestros cuando «éramos» gacela y león, y nos ponemos en el momento histórico actual de crisis generalizada, nos podemos encontrar con situaciones como ésta:
Van a hacer un ERE en la empresa donde trabajo, tengo cincuenta y tantos años, una hipoteca que pagar, tres hijos… ¿Qué hago? ¿Qué respuesta doy? A mi sistema biológico el significado de todo eso le importa un pimiento: inmediatamente se activa la memoria de gacela y el cuerpo organiza la respuesta física de huída: el despido es el león, la amenaza, y mi organismo se prepara para salir corriendo. Pero… en realidad no podemos salir corriendo físicamente. Es nuestra interpretación que, si nos quedamos sin trabajo, para nosotros va a ser la muerte.
Esto es lo que descubre Hammer: si se activa esa respuesta en nosotros al flotar sobre nuestra cabeza la posibilidad de un despido, no es algo intelectual, es una memoria celular. Y para eso no hay psicoanálisis que valga. Hammer establece que un shock psíquico genera una ruptura del campo electromagnético del cerebro, que condiciona el lugar que se verá afectado por la enfermedad. El cerebro tiene entonces dos reacciones:
– la fase simpática, que genera la «chispa» para salir corriendo, atacar, etc.
-la fase parasimpática (creo recordar): una vez que la he gastado, tengo que recuperar esa energía.
Es el Yin y el Yang: gastar energía para luego volver a obtenerla. Todo el universo funciona así. Y al pobrecito que van a despedir de su empresa le ocurre lo mismo, pero con el agravante de que su cerebro está mandando órdenes al cuerpo, impulsos eléctricos que dependen de cómo él viva la situación, y que se trasladan a la zona del organismo donde se dará la enfermedad.
Hammer habla de un shock psíquico altamente traumático y vivido en soledad. Yo eso no lo tengo tan claro. En el caso de Paloma y en el mío propio, fue más bien un «gota a gota», hasta que llega la gota que derrama el vaso. Cuando hay una separación, o existen problemas de pareja que pudieran derivar en separación, eso conlleva la salida a la superficie de nuestras creencias familiares heredadas, cierta necesidad de protección que se ve amenazada, un equilibrio que se rompe, etc, pero además también dispara ciertas memorias celulares, de esas que no podemos controlar porque no son intelectuales: el conflicto de la mona ancestral que pierde a su macho y ve en peligro su jerarquía en la manada, la supervivencia de su prole y la suya propia.
Visto así, la separación es un conflicto de grandes dimensiones, y tal vez sí pueda interpretarse como un shock traumático, pues ya seas mona o seas humana, estás fastidiada. Si se vive (y además te has criado) en un ambiente de conflictos de pareja que no se resolvió (padres), el problema es que se activa información de cuando éramos monos. Y en realidad nos cuesta asimilar que no pasa nada porque no tengamos pareja, pero el subconsciente no lo sabe y se siente amenazado.
Hay que entender que, según como yo maneje la emoción del momento, va a haber un movimiento energético. Puede ser el miedo (salir corriendo, no querer enfrentarse a esa realidad) que es una energía destinada a la huída. Puede ser la ira, y entonces reaccionaré atacando como el león. Pero tanto si no huyo ni ataco, como si lo hago, ese campo electromagnético en el cerebro va a generar una ruptura, la corriente energética se va a bloquear porque tengo un contexto en el que interpreto un miedo y/o una ira que no se corresponden con la realidad.
Todo ese complejo eléctrico está en la parte frontal del cerebro, pero luego está lo emocional, que se encuentra en los lóbulos laterales… Y está también el cerebro reptil, de donde salen las estrategias ancestrales de «ataca o huye». Eso está ahí queramos o no, en la base del cerebro. Por mucho que medites, practiques reiki, zen, yoga, encaje de bolillos o lo que sea, en el tallo cerebral tienes una información de «peligro» ancestral que, cuando se dispara… ¡ay! sale el reptil que llevas dentro. El Tiranosaurio Rex que todos llevamos en el tallo cerebral, conectado al cerebro emocional, al intelectual y a todo lo demás. Por eso a veces hacemos o decimos cosas que nos parece imposible haber hecho o dicho.
Y por eso también ya puedes hacer meditación, yoga, tai-chi, psicoanálisis… lo que quieras… ¡¡y van y te diagnostican un cáncer!! ¿Por qué? Pues porque no salimos de la situación de conflicto. Porque hay una mala regulación o interacción entre el sistema simpático y el parasimpático. Si vivenciamos la experiencia que sea como un peligro, puede ser que la resolvamos, pero luego hay que descansar. Todas esas diferentes partes del cerebro tienen que estar en armonía, que es lo que dicen los chinos desde hace milenios.
Y eso es lo que hizo Paloma: armonizó lo que pasaba con lo que sentía, y se quedó tranquila. O sea, todo depende de cómo tú vivas la situación, de que seas capaz de entrar en fase de «hiperparasimpaticotonía»: estar confiad@, tranquil@, sin verte obligad@ a tragarte lo que no te tragas. Porque la mayoría de las veces nos creemos obligados a tragarnos cosas que no nos gustan, y apencamos con lo que nos echen. Entonces el cuerpo va enviándonos pequeños avisos de «no puedo tragar, no me des más de esto, por favorrr…», pero el pobre hace el esfuezo de digerirlo, y va segregando ácido… y se empieza a montar la de San Quintín 🙂 .
Las emociones mal gestionadas, de esta manera, generan un aviso de «peligro de muerte» para el cual es necesario encontrar una respuesta: esa es la fase de «reparación (hiperparasimpaticotonía). Jota mencionó en este punto algo que no sé si entendí muy bien, pero dijo que entonces el cuerpo pone en funcionamiento los mecanismos de curación del organismo, y que va hacia «atrás», hacia la fuente, para reparar. Y que en esa fuente se encuentran las bacterias. Supongo que se refería a esa breve historia evolutiva que contó al principio, según la cual nuestras células, en su origen más primitivo, fueron bacterias que se unieron. Cuando nos «tragamos» más de lo que podemos soportar, ¿quién se encarga de comérselo todo? Según él (y según Hammer, supongo), las bacterias. Y es cierto que hay bacterias hasta en las centrales nucleares… parece ser que lo que a nosotros nos resulta nocivo, a ellas les va cantidad…
Imagino lo que quería decir: que la «inteligencia» o la información necesaria para propulsar los mecanismos de sanación del cuerpo se encuentran en las memorias celulares más antiguas, tal vez en el medio acuático en el que flotan, pues esa es la fuente primigenia de la que venimos. Somos agua (un amigo muy querido diría que «agualma» 🙂 ) Todo es energético, y hay energías en nosotros que desconocemos, o que los científicos sólo están empezando a entender, y que sin duda cumplen una función. Las emociones son energía, que ni se crea ni se destruye, sólo se transforma…
Por eso, tanto Paloma como Jota, insistieron al final de la charla que, de las tres premisas de Hammer que podemos evitar para no desarrollar una enfermedad grave (shock traumático, recibido a contrapié y rumiado en soledad), quizás la más importante a evitar es la de vivenciarlo en soledad. Es necesario transmitirlo, expresar las emociones, pero de una manera sincera, profunda. Si cuentas a alguien lo que te está pasando (por ejemplo, un conflicto de pareja), pero no vivencias de una manera personal la emoción, si te centras en los hechos, pero no profundizas en tu manera de vivenciar todo eso, en ver cómo te afecta, en comprender si tus sentimientos son negativos, victimistas, etc… en definitiva, si te enfocas en el daño que te hacen desde fuera, pero no eres capaz de reconocer que lo importante es analizar tu reacción, la manera como tu ego interpreta las cosas, en definitiva, tu autorresponsabilidad… entonces lo estás viviendo en soledad. Por mucho que les cuentes tus «penas» a las amigas delante de una taza de té.
Por último decir que la forma de enfermar establecida por Hammer son «leyes» que están comprobadas científicamente, a través de diversas pruebas como el escáner. Y está bien si lo sobrellevamos de manera médica, o intelectual… pero no hay que olvidar toda esa información que se escapa al raciocinio y que está en nuestras células. Porque es ésa la que se tiene que sanar primero para que se desencadenen después los mecanismos bioquímicos necesarios para la curación física.
En una próxima entrada os concretaré qué estoy haciendo yo personalmente para sanar esas memorias celulares dañadas. Hay varios métodos. Uno de los que practico a diario es el Código Curativo, de los doctores Alex lloyd y Ben Johnson. Pero hay más: visualizaciones, reiki, cambios en la alimentación, hidroterapia, meditación…
Son mis «muletas». Las que me sostienen mientras mi cuerpo y yo nos curamos en equipo.
Abrazos sanadores y llenos de energía positiva para tod@s.